31 de diciembre de 2013

Europa recomienda más democracia local

El pasado mes de marzo, el Consejo de Poderes Locales  y Regionales del Consejo de Europa aprobó un informe en el que analiza el estado de la democracia local y regional en España. De forma habitual, el Consejo elabora este tipo de informes para cada uno de los estados miembros, y este año su aprobación ha sido especialmente oportuna  al coincidir con el debate de la Ley de la Reforma Local.

Las aportaciones de Europa al debate se concretan en una serie de valiosas recomendaciones, todas ellas elaboradas en la distancia que separa Europa del apremio de nuestros municipios, y concebidas bajo la perspectiva general que tiene de las administraciones locales europeas.

Algunas de estas recomendaciones han sido erróneamente obviadas por los legisladores españoles, y configuran, a escasos días de la entrada en vigor de la nueva Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local, una incipiente hoja de ruta para el futuro de los municipios.

Si bien es verdad que el informe admite que España cumple, en general, con las obligaciones que adoptó en 1988 con la firma de la Carta Europea de Autonomía Local, reconoce también las graves deficiencias que la reciente reforma no ha considerado suficientemente.

Una de ellas es la falta de precisión en la distribución de competencias y responsabilidades entre los diferentes niveles de administraciones públicas. Europa insiste en este particular déficit nuestro y reitera la idea de que el solapamiento competencial es causa evidente de pérdida de recursos económicos y de ineficacia en la prestación de servicios. Para evitarlo propone  dos caminos: clarificar de una vez por todas el mapa competencial de las administraciones públicas y transferir los recursos financieros disponibles de conformidad con dicho mapa. El informe reitera especialmente la necesidad de que cada transferencia de poderes a las autoridades locales esté acompañada por los recursos financieros necesarios. A la consigna que inspira la ley “una competencia, una administración”, le faltaría, por tanto, una tercera parte sustancial: “una competencia, una administración y una fuente de financiación”.

El Consejo también incide en la necesidad de corregir la falta de autonomía fiscal de los municipios. En España las autoridades locales dependen excesivamente de las transferencias estatales y regionales, y es aconsejable crear condiciones y políticas adecuadas para que la principal forma de ingresos de los municipios provenga de sus propios recursos y no tanto de las transferencias externas; una recomendación que resulta igualmente extensible a otros niveles de la administración española.

De especial relevancia resulta la llamada de atención de Europa a las dificultades de gestión que tienen los pequeños municipios en nuestro país, así como a la falta de procedimientos que permitan corregir la distribución desigual de los recursos financieros entre municipios grandes y pequeños, ricos y pobres. Europa recomienda sin tapujos la transferencia de recursos entre administraciones respondiendo a este criterio,  y quienes llevamos años, desde la periferia de la administración local, reclamando mecanismos de compensación financiera como los que solicita Europa, aplaudimos fervientemente esta consideración.

Por último, algunas recomendaciones de Europa van encaminadas a intensificar la democracia local en España, por ejemplo, al considerar que la distribución de competencias debe llevarse a cabo de conformidad con el principio de subsidiaridad; que debemos establecer diálogo con las comunidades teniendo en cuenta las características institucionales e históricas de algunas de ellas; y que, en caso de fusión de municipios, debería celebrarse un adecuado proceso de consulta ciudadana, debidamente organizada.

La primera reacción ante la lectura de este informe es de asombro. Acabamos de aprobar una nueva ley de reforma local y ya parece que  estamos, de nuevo, estancados.

17 de diciembre de 2013

Actuar localmente. Análisis de la Reforma Local

Se cumplen 34 años de las primeras elecciones municipales y prácticamente tres décadas de la aprobación de la Ley de Bases de Régimen Local, la ley que ha regulado hasta hoy la gestión de los ayuntamientos. Muchas cosas han cambiado desde entonces y es pertinente plantear una reforma de la administración local. La Troika desde Europa y el PP desde el gobierno han diseñado, sin embargo, un escenario político con sobradas dosis de economicismo, improcedente para esta reforma.

La nueva ley elaborada por el Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas se denomina Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local. Su tramitación parlamentaria ha tenido escasa repercusión pública, a pesar de que se trata de una de las reformas administrativas más profundas que se producirá en nuestro país en los próximos años. Ante el gran público, el debate sobre esta ley ha aparecido como un simple tira y afloja entre administraciones. Pero la ley, que entrará en vigor a principios del próximo año, trastocará sustancialmente el día a día de muchos pueblos y ciudades.

Esta reforma afecta a un grupo de instituciones olvidadas tradicionalmente por la alta política: entidades locales menores, municipios, diputaciones provinciales, comarcas, mancomunidades, consorcios, áreas metropolitanas... Todas ellas ofrecen un catálogo de servicios de gran relevancia para la vida de los ciudadanos: políticas de igualdad y de género, servicios sociales, guarderías, vivienda, empleo, juventud, infancia, participación, dependencia, inmigración, transporte, formación... La reforma aborda las condiciones en las cuales estos servicios deberán ser gestionados por dichas instituciones en el futuro.

Muchas de las medidas plateadas afecta a la distribución de las competencias municipales. La ley persigue hacer efectivo el criterio “una Administración, una competencia”, pero no define con precisión las competencias que deben ser desarrolladas por la Administración Local, diferenciándolas de las estatales y autonómicas. Se enumera un listado de materias que los municipios han de ejercer obligatoriamente como competencias propias, pero su determinación definitiva se reserva para normas posteriores.

En relación con las competencias consideradas impropias (prestadas por los municipios voluntariamente durante años, sin transferencia de recursos por parte de las administraciones competentes) se establece que no deberán ser asumidas por las entidades locales. Sólo en el caso en que dichas competencias no pongan en riesgo la sostenibilidad financiera del conjunto de la Hacienda local, se admitirá la prestación por parte del ayuntamiento.

Con esta reforma el gobierno pretende ahorrar 8.024 millones de euros para el período 2014-2019. Es fácil imaginar que dicho ahorro se conseguirá a base de reducir costes en la prestación de los servicios municipales. La ley no menciona explícitamente otra posibilidad. Para gestionar esta sustancial disminución de recursos de los ayuntamientos, la ley establece, entre otras medidas, que sean las diputaciones provinciales las entidades encargadas de gestionar determinados servicios mínimos en los municipios con población inferior a los 20.000 habitantes.

El gobierno recurre a los responsables de las diputaciones no por ser mejores gestores que alcaldes y concejales (la experiencia más bien demuestra lo contrario), sino porque desde las diputaciones, lejos de la presión de los ciudadanos y los destinatarios de los servicios, parece más fácil y efectivo reducir la calidad y cantidad de las prestaciones municipales. Pero el gobierno se equivoca gravemente al menospreciar las habilidades gestoras de los municipios. Durante años los ayuntamientos han desarrollo sistemas de administración que han resultado muy eficientes y los han convertido en las instituciones menos hipotecadas del ámbito público: la deuda municipal sólo representa el 6% del total de la deuda pública. Lamentablemente con esta reforma vamos a perder la oportunidad de trabajar con los mejores gestores públicos en la mejora de la administración local.

Por otra parte, no sabemos cómo se va a producir el traspaso de competencias de los miles de municipios a las diputaciones provinciales, ni cómo se va a evitar que este proceso se convierta en un verdadero despropósito. Tampoco tenemos la seguridad de que las diputaciones puedan garantizar la continuidad de los servicios.

Ante tanta incertidumbre es previsible que los servicios municipales traspasados a las diputaciones acaben siendo privatizados, lo cual es motivo de profundo desánimo entre gestores municipales, que llevan años de trabajo minucioso, silencioso y prácticamente vocacional. Y no sólo eso, un reciente informe del Tribunal de Cuentas  que analiza la prestación de servicios de ayuntamientos españoles de menos de 20.000 habitantes, concluye literalmente que sale más caro un servicio público cuando lo ofrece una empresa privada que cuando lo ofrece el ayuntamiento.

Cabe decir, por otra parte, que como consecuencia del traspaso y la privatización de los servicios municipales, los ciudadanos perderán el derecho a pedir responsabilidades políticas por su gestión, porque los miembros de las diputaciones no son cargos electos, no se eligen por elección directa. Con toda probabilidad, el castigo político que se pueda derivar de la pérdida de calidad de los servicios, recaerá electoralmente en los representantes municipales que hasta ahora han sido prestadores, produciéndose así un grave déficit democrático.

Una ultima objeción al traspaso de competencias a las diputaciones. Se parte de la idea de que las diputaciones gestionaran más eficientemente al aplicar el criterio de economía de escalas (costes menores a escalas superiores). Y en efecto, muchos servicios municipales funcionan bajo este criterio, por ejemplo, el tratamiento de residuos urbanos y el transporte público, que ya funcionan en muchos casos mancomunadamente. Pero no todos los servicios que gestionan los ayuntamientos se adaptan a esta fórmula. Sólo cuando los costes fijos son muy altos y los costes variables bajos, la economía de escalas es eficiente (Ignacio Escañuela, “Una reforma local absurda”). Por tanto, habrá que estar atentos a esta consideración, y evitar que se produzcan traspasos a las diputaciones que no supongan un ahorro efectivo o que incluso puedan representar un incremento de costes.

Uno de estos servicios podrían ser los denominados servicios sociales. En nuestro país, más de 50.000 personas trabajan en los servicios sociales que prestan las corporaciones locales para atender a unos 7 millones de usuarios. Con la reforma local miles de ayuntamientos perderán la gestión de estos servicios y se convertirán en meros gestores administrativos sin capacidad de decisión política. Las decisiones se tomarán lejos y las prestaciones se reducirán mucho.

El gobierno se ha percatado de la inoportunidad que supone desmantelar los servicios sociales pocos meses antes de las elecciones municipales (mayo de 2015) y generales (noviembre de 2015) y, de momento, ha aplazado ésta y otras medidas sensibles hasta el 31 de diciembre de 2015.  Pero a pesar de la inoportunidad y la falta de consenso político y social, el Ministerio de Hacienda se muestra dispuesto a seguir adelante con la reforma. Rechazó la mayoría de las 447 enmiendas que presentaron los grupos de la oposición. Algunos partidos han reclamado  la retirada total de la reforma, y otros se han mostrado dispuestos a recurrirla ante el Tribunal Constitucional. Algunas comunidades autónomas también están valorando esta posibilidad por entender que invaden las competencias que les otorgan sus estatutos. El mundo local se ha movilizado para la protesta. Asociaciones vecinales y de municipios, sindicatos, alcaldes y concejales protagonizaron concentraciones bajo el lema Defiende tu ayuntamiento, el 12, del 12, a las 12. Contra la reforma local. Algunos cargos públicos del PP también han manifestado públicamente sus reticencias.

Los opositores califican el proyecto como una ley anti-ayuntamientos y consideran que es una reforma parcial y autoritaria, que fomentará la pérdida de empleo público y las desigualdades en la financiación. Muchos la consideran un grave ataque al municipalismo y al papel que han jugado los municipios en la construcción de este país. Gran parte de los argumentos de los opositores han sido avalados por un demoledor informe del Consejo de Estado, obviado también por el gobierno.

A muchos sólo se les queda la posibilidad de esperar una derrota electoral del PP dentro de dos años para derogar la ley. Es la única alternativa que queda cuando los cambios legislativos se consiguen a base de autoritarismo. Las leyes requieren consensos sólidos, tiempo de elaboración y legisladores comprometidos con la sostenibilidad de las políticas. Si se tramitan por la fuerza de las mayorías parlamentarias, de forma rápida, insuficiente y mal trabajadas, el resultado final son leyes-acordeón que se inflan y desinflan dependiendo de algo tan volátil como los resultados electorales. Desgaste de tiempo, energía y recursos; oportunidades perdidas por falta de miras, madurez política y democrática; años de estancamiento y parálisis; desafecto ciudadano.

Los municipios necesitan mecanismos adicionales de refinanciación (sólo se les asigna el 13% del gasto público); un reparto de competencias por áreas y programas, no un sistema horizontal igual para todos; sistemas de evaluación de los servicios municipales inspirados en criterios sociales, no únicamente economicistas; gestión mancomunada de algunos servicios; ahorro, estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera; pero también, autonomía, descentralización, subsidiariedad, proximidad y rentabilidad social.

Una reforma de este alcance sólo sería posible con la participación de los tres niveles del Estado: central, autonómico y local; con un trabajo que profundice en la comprensión del papel que los pueblos y ciudades han jugado en el bienestar social. Sólo se alcanzaría si definitivamente se considerara a los ayuntamientos parte del Estado, en igualdad de condiciones con respecto a otras administraciones.

Esta ley tiene un problema conceptual de fondo: no se comprende bien la labor que ejercen los municipios. Los ayuntamientos conocen mejor que nadie las preferencias locales y mejor que nadie pueden dar respuesta a las necesidades. Si queremos que los ayuntamientos sean realmente eficientes debemos dejar que participen más, y no menos, en las decisiones de las políticas locales. Posiblemente con esta ley conseguiremos ahorrar costes pero, no cabe duda, que alejaremos a los ciudadanos un poco más de las instituciones públicas, justo en el momento en el que se requiere actuar localmente y con mayor proximidad.

Publicación de la ley en el BOE

9 de junio de 2013

Otro pacto que no llega

Durante el Debate sobre el Estado de la Nación, el pasado mes de febrero, el Congreso de los Diputados aprobó una resolución sobre Regeneración democrática y transparencia. En dicha resolución, diferentes fuerzas políticas admitieron la necesidad de elaborar un Pacto Ético sobre el tratamiento de los casos de corrupción y los encausados en este tipo de delitos.

El objetivo es loable y necesario. No debería, no obstante, obviarse la inclusión en dicho pacto de algunas consideraciones de carácter preventivo. Si bien es necesario regular el tratamiento que debe aplicarse a los políticos encausados por corrupción, tanto o más debería dedicar el Parlamento su atención y esfuerzo a prevenir que políticos honrados acaben sucumbiendo a estas prácticas detestables.

El Pacto Ético debe incluir, por tanto, normas que regulen la presente y futura conducta de los cargos públicos, de la cual depende, en gran parte, la salud de nuestras instituciones. Hay que apelar, una vez más, a valores fundamentales de la vida democrática, valores muy básicos que deberíamos haber aprendido en la niñez, la integridad, por ejemplo, o la responsabilidad, la profesionalidad y la ejemplaridad

Actuar con integridad es un principio elemental para todos aquellos que desean representar y administrar el interés general. Implica comportarse de manera justa y recta,  sin aspirar a obtener privilegios injustificados  a nivel personal, familiar o de partido, y requiere velar por el buen uso de los bienes públicos.

Fomentar la asunción de la responsabilidad implica distinguir entre la responsabilidad política y penal. El ejercicio de la política tiene sus propias normas y que hay que asumir las consecuencias no sólo legales, sino también políticas y morales de las acciones y las omisiones personales y, sobre todo, hay que estar dispuestos a dar cuenta de ellas.

Decir que la actividad política deber ejercerse con profesionalidad y eficacia resulta una obviedad pero no por ello debemos dejar de insistir. La adhesión a las propias ideas y a las del partido que se representa no debe impedir trabajar con objetividad y concentrarse en el interés general. El deber de ser imparcial en actividades clave como la adjudicación de contratos, la administración de los fondos públicos o la concesión de subvenciones, no puede ni debe estar sujeto a los vaivenes de la legítima lucha política.

Y, por supuesto, hay que tener muy presente la necesaria ejemplaridad con la que se debe ejercer cualquier cargo de responsabilidad. El comportamiento del político tiene un extraordinario valor de testimonio público, muchas veces ignorado y menospreciado por los propios políticos. De nada sirven los planes y los pactos anticorrupción si no vienen acompañados por el ejemplo de los representantes públicos en su práctica diaria, en las decisiones y en las formas que adoptan en cada momento.

Del contenido del Pacto Ético nada sabemos desde aquella resolución parlamentaria del mes de febrero. Son muchos los aspectos concretos de comportamiento que hay que regular. Al fin y al cabo los principios son sólo el principio.  La opinión pública está ofreciendo con su run run permanente numerosas y valiosas pistas nada despreciables. No será, por tanto, la dificultad lo que frene su avance. ¿Será acaso la voluntad?

21 de mayo de 2013

El hablar y el callar de las cosas



Había el hablar de las cosas y el callar de las cosas. Había, sí, esas dos percepciones que hacían especial un cuadro o un poema. Una, el hablar de las cosas. Captar el hablar de las cosas, su aura expansiva, su querer decir, y traducirlo al lenguaje de la luz o los sonidos. La otra, el callar de las cosas, su esconderse. Su ausentarse. Su vaciar. Su pérdida. Reflejar o contar esto era otro estremecimiento. El primer arte provocaba un estremecimiento frontal. El segundo, una corriente lumbar. Un momento. Aún en el callar de las cosas podían distinguirse dos clases de silencio. Un silencio amigo, que nos acompaña, donde se pueden recrear las palabras, y otro silencio. El que atemoriza. A este silencio, dijo Huici, Rosalía de Castro lo llamó 'el silencio mudo.


Los libros arden mal, Manuel Rivas

8 de mayo de 2013

Ostentación cultural

Toda ostentación, incluida la cultural, es absolutamente incompatible con el concepto de cultura. La fanfarronería lo único que delata es la ignorancia. La cultura no se ostenta, no es un campo en el que se busque el aplauso de los demás. Está totalmente prohibido demostrar la inferioridad del interlocutor sometiéndolo a una batería de preguntas y el esnobismo cultural es una prueba de incultura. La capacidad de comportarse civilizadamente forma parte de la cultura, cuyo verdadero objetivo es una comunicación libre de coacción que enriquezca la vida humana. 

La cultura, Dietrich Schwanitz

29 de abril de 2013

Aprender

"Aprendí que percatarse es más importante que deducir; que nadie puede empezar desde el principio, que cada uno tiene que enlazar con lo anterior... que las contradicciones están presentes de una manera más impresionante mediante las personas que por las lecturas, lo cual requiere ser capaz de convivir con puntos de vista extraños y aprender de ellos; que la constelación filosófica más plural es la mejor; además (aprendí) la sensibilidad para lo institucional y sus deberes; y por último, que la experiencia vital es insustituible para la filosofía".

Odo Marquard






"La ironía escéptica de Odo Marquard", de Fernando Savater

14 de febrero de 2013

Reformar la Justicia, combatir la corrupción



La capacidad de la Justicia de perseguir y sancionar las conductas delictivas es un instrumento fundamental en la lucha contra la corrupción. Tenemos por delante un largo camino si queremos que  la Justicia cumpla este propósito. Cuatro son los objetivos básicos que debiéramos atender: 1. Creación de equipos especializados. 2. Despolitización. 3. Dotación de recursos. 4. Ajustes legislativos.

Equipos especializados. El PSOE ha propuesto esta semana la creación de una Oficina Anticorrupción compuesta por inspectores especializados de máximo nivel. Ésta u otra fórmula similar pueden llenar el vacío actual de equipos especializados en materia de lucha  contra la corrupción. La Audiencia Nacional, mucho más liberada ahora de sus competencias habituales debido al final de terrorismo, puede asumir esta especialización. Sea cual sea la fórmula, el nuevo organismo debe disponer de recursos y personal suficiente para atender funciones diversas: establecimiento de un plan de acción contra la corrupción, promoción de la ética en la función pública, desarrollo de mecanismos de prevención y coordinación  con otros organismos, etc.

El mayor riesgo de la creación de un órgano de estas características es la politización de su composición y tareas. Si se convierte en un instrumento en manos de uno u otro partido, acabará siendo un lastre, costoso e inoperante. Por tanto, antes de ponerlo en marcha, conviene que los partidos se comprometan firmemente en evitar cualquier intromisión política.

Despolitización. Resulta igualmente indispensable reforzar la independencia de los órganos en funcionamiento, por ejemplo, la Agencia Tributaria y el Consejo General del Poder Judicial. Éste último es el órgano rector de los jueces pero no es elegido por los jueces sino por la intervención directa de dos asociaciones de magistrados vinculadas a los partidos mayoritarios.

Por otra parte, se ha hablado mucho estos días del alto grado de politización de otro órgano en activo, el Tribunal de Cuentas. Su nombre es engañoso porque no se trata de un juzgado que dependa del Poder Judicial, sino de un órgano que tiene como misión fundamental el control  económico de las Administraciones y de los partidos. Este Tribunal no cumple su misión con diligencia debido, en parte, al control que los partidos ejercen sobre él. Sus consejeros se nombran directamente por el Congreso y el Senado,  y dependen de las cuotas de poder de los dos grandes partidos.
                                             
El Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo han denunciado esta intromisión en reiteradas ocasiones. Éste último  ha reclamado, recientemente en varias sentencias, la dotación de más funcionarios de carrera que accedan por oposiciones, en contraposición a los habituales nombramientos recomendados por los partidos.

Dotación de recursos. A pesar de ser un organismo clave para el buen funcionamiento del sistema democrático, el Tribunal de Cuentas tampoco dispone de los medios necesarios para realizar su tarea. Los informes sobre las cuentas de los partidos políticos se emiten con una media de cinco años de retraso.

El problema de la falta de recursos económicos es otra grave deficiencia de nuestro sistema judicial y genera percepción de impunidad e inéditas huelgas de jueces... Un Plan de Acción contra la Corrupción debe estar dotado de recursos humanos y materiales suficientes para su implantación. La actual situación económica del país dificulta esta necesidad, pero corresponde hacer un especial esfuerzo por tratarse de un problema de máxima prioridad. Debe incrementarse los recursos o como mínimo mantener los actuales, sin recurrir a ningún tipo de recortes.

Ajustes legislativos. Por último, cabe destacar la necesidad de solventar ciertas deficiencias legislativas. Destaca, por su trascendencia, la eliminación de la prescripción de los delitos de corrupción, en especial de aquellos que causan mayores perjuicios económicos y afectación moral. Muchos  de estos delitos acaban sin juicio porque prescriben debido a la saturación de la Justicia. La persona que comete un delito de corrupción debe saber que no hay tiempo que pueda disculpar su conducta. Esta medida sería un buen mecanismo disuasorio y requiere la modificación del Código Penal y otras leyes orgánicas.

Las leyes actuales deben ser también revisadas para incluir las siguientes modificaciones:

  • Especificar de forma más clara la responsabilidad criminal del delito de corrupción política y generar el concepto de “daño social”, entendido como la afectación y la pérdida del bienestar social que ocasiona un acto de corrupción
  • Incluir nuevas modalidades de corrupción, por ejemplo, los delitos cometidos contra la Administración (gestión desleal de los asuntos públicos, abuso de funciones, conocimiento, intención y propósito como elemento de delito, etc.).
  • Neutralizar los recursos que usan premeditadamente los corruptos para burlar y sortear la ley y los plazos de prescripciones.
  • Adecuar la legislación nacional a las convenciones internacionales vigentes en materia de lucha contra la corrupción
  • Resaltar la responsabilidad que tienen los bancos y las entidades financieras en la detención y denuncia de operaciones sospechosas. Este es un primer  filtro de control en el que hay que insistir.
  • Limitar los mecanismos actuales de “huida del Derecho administrativo” que utilizan algunas administraciones para buscar un régimen legal más flexible de gestión. Por ejemplo, la creación de empresas públicas.
  • En aquellos casos en los que resulta evidente que ha habido un enriquecimiento rápido e injustificado de patrimonio, se debería permitir la “inversión de la carga de la prueba”, es decir, que sean los sujetos quienes demuestren el origen y la justificación de su enriquecimiento.
  • Garantizar que las entidades o personas perjudicadas por un delito de corrupción pueden iniciar acciones legales contra los responsables y obtener la debida indemnización.
  • Los juicios por corrupción política deberían tener cierta preferencia. Esperar años para obtener una sentencia representa un gran inconveniente que afecta a buena parte del sistema político y social.
  • Incorporación de los jurados populares para hacer partícipes a los ciudadanos en la Administración de Justicia en asuntos relacionados con la corrupción política,
  • No permitir que los condenados por sentencia firme obtengan beneficios penitenciarios si no han devuelto al Tesoro Público las cantidades defraudadas.
  • Endurecer la Ley para el Ejercicio de la Gracia de Indulto, en virtud de la cual los gobiernos indultan a condenados por corrupción política según su posicionamiento ideológico u otros condicionantes.
  • Identificar aquellas prácticas nocivas que se han extendido en la sociedad y no constituyen delitos penales (algunas de ellas pueden ser perfectamente legales), pero que acaban generando un alto grado de permisibilidad. Son conductas de corrupción de baja intensidad que resultan muy dañinas porque fomentan la banalización.

Todas estas mejoras legislativas deben ser incorporadas al actual marco jurídico evitando, en lo posible, los inconvenientes de la sobreregulación, la rigidez y los formalismos de los procedimientos. Todo un reto.

Ilustración: Aleksei Bedny

12 de febrero de 2013

Urge, Plan de Acción contra la Corrupción



La mayoría de los españoles considera que los políticos no actúan de forma honrada y la valoración que hacen de sus actuaciones es demoledora. La percepción del  alto índice de corrupción en la vida pública española es masiva.

Tres estudios demoscópicos recientes lo demuestran. En primer lugar, el Barómetro del CIS, según el cual, los políticos son considerados el tercer problema del país y la corrupción, el cuarto. En segundo lugar, el índice de percepción de Transparencia Internacional (2012). Según dicho índice, España se encuentra en el puesto 13º de la UE de Estados corruptos y en el 30ª del mundo, por detrás de países como Alemania (13º), Francia (22º), aunque en mejor posición respecto a Italia (72º) y Grecia (94º). En tercer lugar, el Eurobarómetro (2012), según el cual el 88% de los españoles considera que la corrupción es masiva en la vida pública.

Un 70% la población considera que hemos llegado a esta situación debido a una profunda crisis de valores cívicos y morales. Predomina el deseo de enriquecerse y la forma de conseguirlo resulta indiferente. Esta deriva está desmoralizando a la sociedad española, que exige en su mayoría (90%) la adopción inmediata de soluciones para evitar que nuestra credibilidad en el mundo quede dañada irremediablemente en el peor momento de nuestra economía. 

La corrupción amenaza también la estabilidad social, la autoridad de la ley y las instituciones públicas; la ética, la justicia y el bienestar; aleja a los ciudadanos de la política y los acerca a la frustración, la indignación y la desconfianza.

El puñado de políticos corruptos que ha llevado al país a esta grave situación es una minoría, frente a aquellos que ejercen sus funciones con responsabilidad y ejemplaridad. Luchar contra la corrupción urge para evitar la demonización de la clase política y del sistema democrático.

La responsabilidad de definir y aplicar las políticas anticorrupción corresponde a las instituciones públicas y a los partidos políticos. A ellos debemos exigir voluntad y compromiso firme. Pero la prevención y la erradicación de la corrupción requieren necesariamente el apoyo, la cooperación y la participación de toda la sociedad civil.

La oportunidad del momento que vivimos radica en el debate público que se está produciendo en los medios de comunicación. Cada día surgen interesantes aportaciones de ciudadanos, expertos, entidades, instituciones, profesionales, académicos... La próxima semana tendrá lugar el Debate del Estado de la Nación, una excelente oportunidad para que los partidos parlamentarios demuestren su interés real por la política anticorrupción. Se equivocarán aquellos que enfoquen el Debate desde el “Tú eres más (corrupto)” o el “Yo propongo más (medidas)”.

Atendiendo a la madurez de la sociedad española, deberían proponer una metodología para la elaboración de un Plan de Acción contra la Corrupción, contando con la participación de todos los sectores sociales con capacidad y voluntad de sumar. El Plan no debería contener únicamente medidas sino, sobre todo, procesos de mejora continua, instrumentos y estructuras que contribuyan a la creación de una nueva cultura de la integridad y la gobernabilidad. Podría también ser necesaria la aprobación de una Ley contra la Corrupción que aporte solidez a un proceso que, sin duda, requerirá años y esfuerzos por parte de todos.

Con el ánimo de contribuir en el actual debate público, aportaremos desde aquí algunas reflexiones sobre una posible política estratégica contra la corrupción en diferentes ámbitos: 1) Justicia, 2) Vigilancia, 3) Fraude, 4) Cooperación, 5) Transparencia, 6) Partidos, 7) Elecciones, 8) Ejemplaridad.


Ilustración: Monumento Corrupción, de Wakal.

8 de febrero de 2013

Cosas sólidas y duraderas

Las cosas sólidas y duraderas son aquellas que se alojan profundamente en nuestro cerebro, es decir, aquellas que son emotivas, agradables y divertidas.

David Brooks

31 de enero de 2013

La democracia parte del principio de que todos los miembros de la comunidad política deben ser tratados -bajo La Constitución- como si todos estuvieran igualmente cualificados para participar en el proceso de toma de decisiones públicas.

Robert A. Dahl

29 de enero de 2013

Aproximación a la complejidad























Mi objetivo como escritor es hacer lo más posible a la vez. La vida misma es tan cacofónica y compleja. No es que quiera crear una cacofonía, pero quiero hacer justicia a la complejidad que nos rodea. No quiero simplificar demasiado. Quiero tomar una cosa y construir a partir de eso, y luego seguir construyendo hasta comenzar a aproximarme a la complejidad del mundo y nuestra percepción de ella.

Jennifer Egan.

Democratización del saber, de Gutenberg a Google


La historia siempre resulta interesante y asistir a una lección magistral de Peter Burke es la evidencia. Burke es uno de los historiadores culturales más destacados del mundo anglosajón y ayer impartió en Barcelona una sugerente conferencia titulada "El saber".

Los cambios del presente están animando a los historiadores a mirar de forma diferente lo que acontece, muchos están entregados a la denominada "historia social del conocimiento", una nueva disciplina que se ocupa de la divulgación y consumo del conocimiento disponible en cada momento histórico.

La historia social del conocimiento se desarrolla sobre la base de dos fuerzas antagónicas: aquella que desea difundir el saber y avanzar hacia el conocimiento común, y aquella que restringe el acceso al saber para reducirlo a conocimiento privado.

El desarrollo histórico de este proceso se inicia con Gutenberg y se prolonga hasta nuestros días con Google. La imprenta fue el primer instrumento al servicio de la expansión del conocimiento. No fue fácil. Hubo que salvar no pocas dificultades generadas por el saber dominante del momento, gobiernos, iglesia y universidades.

En el siglo XVIII las enciclopedias sustituyeron el latín por las lenguas vernáculas y empezaron a incorporar conocimientos prácticos de diferentes oficios, con llamativas ilustraciones que llegaban fácilmente al gran público. Hasta entonces sólo incluían conocimientos reservados a un público muy restringido. Los gremios profesiones y los artesanos pronto entendieron que la difusión del conocimiento contribuía decididamente a la mejora de la economía y el bienestar.

En el siglo XIX el saber común se materializó en instituciones públicas y en enciclopedias populares. A principios de siglo la invención de la prensa y las innovaciones en la fabricación del papel abarataron la impresión de diarios. La política y las primeras democracias parlamentarias llegaron a depender de esta nueva invención. Por su parte la alfabetización se encontraba en pleno proceso de expansión.

En el siglo XX tres revoluciones tecnológicas cambiaron el panorama: la radio, la televisión e Internet. Cada una de ellas ha contribuido a su manera a cumplir poco a poco el sueño de un saber común. Otra circunstancia favorable en este proceso fue la asunción de una lengua común, el inglés. El conocimiento común requiere una lengua común necesariamente.

Todas estas condiciones han facilitado el avance de la democratización del saber. Las universidades abiertas y a distancia también están contribuyendo. La formación en línea ha fomentado la aparición de un nuevo fenómeno llamado “ciencia ciudadana”. Se trata de un intento de aprovechar el entusiasmo de los aficionados a las disciplinas científicas para que colaboren desinteresadamente en la recopilación de datos empíricos a través de Internet.

En cuanto a las enciclopedias actuales hay que decir que han quedado totalmente obsoletas. El nuevo proyecto es la Wikipedia, la enciclopedia libre. Los libros electrónicos están contribuyendo también a transformar la investigación, especialmente en el campo de las humanidades. No todos estos proyectos tienen afán de lucro. Muchos autores están cediendo voluntariamente sus derechos de autor, contribuyendo de esta esta forma a la democratización del conocimiento.

En el ámbito político prima la transparencia y el acceso libre a la información. Esta tendencia no ha venido de la mano de los gobiernos sino de periodistas, colectivos profesionales y ciudadanos. Por otra parte, en los últimos años ha empezado a extenderse la divulgación de secretos. La idea de que los secretos deben ser públicos empieza a consolidarse. De esta forma, poco a poco, el saber es cada vez más común y menos privado.

Sin embargo no hay que caer en el triunfalismo, la fuerza contraria a la difusión del saber sigue viva. En la actualidad existen tres factores que amenazan el proceso de democratización del saber: la especialización intelectual, la censura gubernamental y la propiedad del conocimiento.

Especialización intelectual. Hoy en día sabemos más que nunca, pero es difícil tener una visión en común. El saber humanístico y el científico se distancian progresivamente, aumentan los especialistas y, a su vez, las dificultades para comunicar y compartir conocimiento. Vivimos en una época de explosión informativa pero también de fragmentación del saber.

Censura gubernamental. La segunda amenaza proviene de los diferentes regímenes políticos. Todos los gobiernos tienden en mayor o menor medida a la censura y a la restricción del saber. Generalmente se muestran reacios a la difusión de la información y algunos de ellos  utilizan métodos poco democráticos para conseguir sus fines.

Propiedad del conocimiento. La tercera amenaza del saber común proviene de la tendencia a la privatización del conocimiento. Las grandes empresas multinacionales privatizan el saber mediante el uso de patentes y derechos de autor. En la actualidad algunas de ellas intentan patentar el uso de determinadas plantas medicinales, especies vegetales y animales a través de una práctica denominada “biopiratería”.

¿Qué hacer ante tal situación? Burke considera que las dos fuerzas que mueven la historia social del conocimiento no representan el bien y el mal, esto sería un reduccionismo innecesario e insuficiente. ¿Qué ocurriría si todos los saberes fueran comunes? Para Burke el secretismo cumple ciertas funciones en el campo de la política, la diplomacia y la privacidad personal, una conquista social que bien merece ser respetada. Burke concluyó su conferencia compartiendo con los asistentes preguntas e incógnitas propias nuestro tiempo. Fue el mejor final posible.

*Peter Burke, catedrático emérito de Historia cultural de la Universidad de Cambridge.

Enlaces:
En comú. Centre de Cultura Contemporània de Barcelona.
La gente sabe más sobre menos cosas, Peter Burke
Estem més a prop que mai de l'ideal de coneixement comú, Peter Burke
Vídeo de la conferencia "El saber".

28 de enero de 2013

Invictus

  Más allá de la noche que me cubre
  negra como el abismo insondable,
  doy gracias a los dioses que pudieran existir
  por mi alma invicta.
  En las azarosas garras de las circunstancias
  nunca me he lamentado ni he pestañeado.
  Sometido a los golpes del destino
  mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
  Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
  donde yace el Horror de la Sombra,
  la amenaza de los años
  me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
  No importa cuán estrecho sea el portal,
  cuán cargada de castigos la sentencia,
  soy el amo de mi destino:
  soy el capitán de mi alma.

William Ernest Henley (Long John Silver)

22 de enero de 2013

Más allá de la transparencia


Una de la reacción institucional y ciudadana de mayor repercusión ante la corrupción política es la demanda de una mayor transparencia en la actuación gubernamental. Es evidente que las instituciones democráticas son las más efectivas a la hora de controlar la acción de los políticos y prevenir el mal uso y abuso del poder, pero los sistemas democráticos tienen todavía importantes niveles de opacidad generadores de corrupción política.

Como consecuencia de la insistente demanda de la ciudadanía, el concepto de transparencia se ha incorporado definitivamente en el pensamiento político actual. Distintos gobiernos en todo el mundo han iniciado un proceso progresivo para impulsar y llegar a cabo estrategias ligadas al concepto de “Gobierno Abierto” (Open Government), cuyo principal objetivo está ligado a la mejora de los niveles de transparencia, mediante la apertura de datos e información del sector público. Con ello se pretende facilitar el control social y la rendición de cuentas  por parte de los políticos. Así mismo, se desea facilitar la participación de la ciudadanía en el diseño e implementación de las políticas públicas y crear nuevos espacios de colaboración entre la sociedad civil, el sector público y el sector privado. Todas estas medidas van encaminadas a la mejora del sistema democrático y a incrementar los niveles de confianza entre representantes y representados, tan malogradas por la corrupción política.

La iniciativa de Gobierno Abierto ha entrado en la actualidad en una fase de promoción global e internacional, a través del Open Government Partnership, una asociación que reúne a los líderes de 50 países de los cinco continentes y a la que España se sumó. Nuestro país, después de 35 años de democracia, es el único país de la Unión Europea, de más de un millón de habitantes, que no cuenta con leyes que regulen el acceso de los ciudadanos a la información pública. Recientemente, el 26 de julio de 2012, el Gobierno de España aprobó el anteproyecto de Ley sobre Transparencia, Acceso a la Información y Buen Gobierno. Dicho anteproyecto de ley fue sometido a información pública para obtener sugerencias de la ciudadanía que permitieran su mejora. Durante el período de 15 días de información pública, la página web ministerial recibió casi 80.000 visitas y los ciudadanos enviaron más de 3.600 contribuciones. Estas cifras indican claramente el interés de la ciudadanía por la mejora de los niveles de transparencia en nuestro país.

No hay duda que esta ley representa un avance considerable en la “publicación preactiva” de la información pública. Las instituciones dependientes del Estado deberán publicar datos de gran relevancia, por ejemplo, datos sobre el personal, las leyes, los presupuestos y gastos, los sueldos de altos cargos, las ayudas públicas y contratos concedidos, etc. También se crearan unidades especializadas para recabar, difundir y tramitar la información, y no será necesario incluir en las solicitudes de información los motivos por los que se reclaman los datos solicitados.

Pero el anteproyecto de ley tiene importantes deficiencias y restricciones que pueden impedir que España cumpla con los convenios internacionales sobre transparencia, como el del Consejo Europeo de Acceso a  Documentos Públicos. Quedarán fuera de esta norma, por ejemplo, los informes técnicos en los que se apoyan las decisiones políticas y los documentos que remiten los grupos de presión. Quedan excluidos, también, la Casa Real, las funciones no administrativas de los poderes legislativo, judicial y órganos constitucionales, así como los partidos políticos, sindicatos y receptores de ayudas públicas. No se acaba con el silencio administrativo (si en un plazo no se contesta una petición de información del ciudadano, “se entenderá que la solicitud ha sido desestimada”, art. 17), ni se reconoce el acceso a la información como un derecho fundamental, inherente al derecho de la libertad de expresión. Por otra parte, Ley de Transparencia se mezcla con la del Buen Gobierno, resultando así excesivamente compleja y amplia, quedando fuera importantes aspectos sin tratar.

Desde nuestro punto de vista la transparencia se logra, entre otras medidas, con: 1. Claridad en la gestión. 2. Funcionamiento eficaz y transparente de los órganos de control y fiscalización de los diferentes espacios normativos del Estado. 3. Claridad en el manejo y el destino de los fondos públicos. 4. Rendición periódica de cuentas por parte de autoridades y directivos de entidades y organismos públicos. 5. Exhibición de las declaraciones juradas de renta de funcionarios públicos, antes y después de su gestión pública. 6. Funcionamiento eficaz y honesto de los órganos de control y vigilancia en las entidades privadas (asociativas, empresariales, bancarias). 7. Participación ciudadana en la lucha anticorrupción, y 8.Creación de las oficinas de recepción de denuncias ciudadanas contra la corrupción en las entidades públicas[1].

El conjunto de estas medidas deben estar orientadas a establecer lo que Guillermo O'Donnell [1] denominó 'accountability' (transparencia y rendición de cuentas) tanto horizontal como vertical. Según O'Donnell para que la accountability horizontal sea efectiva deben existir agencias estatales autorizadas y dispuestas a supervisar, controlar, rectificar y/o sancionar actos ilícitos de otras agencias del Estado. "La accountability horizontal no es producto de agencias aisladas sino de redes que incluyen en su cima un poder judicial comprometido con esa accountability", considera. En cuanto a la accountability vertical, O'Donnell la relaciona precisamente al control y fiscalización que pueden ejercer la ciudadanía y las organizaciones sociales de base frente a las entidades públicas de gobierno.  

Más allá de medidas concretas, diríamos, no obstante, que la demanda de una mayor transparencia gubernamental refleja básicamente un grave problema de comunicación y desconfianza entre representantes y representados. En la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas[2] encontramos un esfuerzo destacable por solucionar este tipo de problemas complejos del sistema social actual. Entiende Habermas por acción comunicativa aquella acción en la que dos sujetos (en nuestro caso, políticos y ciudadanos), ambos con capacidad de lenguaje y acción, entablan una relación interpersonal. El elemento central de dicha relación es la negociación que permitirá lograr un consenso entre ambos, un acuerdo racionalmente motivado, sin intervención de ningún tipo de coacción. Pero la idea de “consenso” resulta inseparable a las ideas de conflicto y disenso, puesto que el conflicto solamente puede surgir después de la controversia y la discusión.

Según Habermas para que una acción comunicativa sea efectiva, los objetivos tienen que ser claramente expresados, sin interfugios, todos los interlocutores deben intervenir en un plano de igualdad, y todos han de activar la posibilidad de llegar a un entendimiento razonado. Más allá de la elaboración de normativas y regulación de reglas, encontramos aquí, una serie de requisitos imprescindibles para el avance de la transparencia y la comunicación entre ciudadanos y responsables públicos.

Cuando se reclama más transparencia en la acción de gobierno habitualmente se reclaman datos e información pero, en el fondo, la demanda social es otra. Los ciudadanos necesitan constatar por ellos mismos la validez de los mensajes de los representantes públicos. Habermas distinguió tres tipos de pretensión de validez en toda comunicativa: la verdad, la veracidad y la rectitud. La verdad siempre ha sido la gran aspiración del conocimiento humano pero Habermas considera que la veracidad y la rectitud no deben serlo menos, especialmente en el ámbito de las interrelaciones entre los individuos.
  • La verdad queda recogida en aquellos enunciados que pretenden captar fielmente los acontecimientos y los hechos del mundo objetivo. Se ajustarán a la pretensión de verdad cuando la relación entre los enunciados y los hechos es adecuada.
  • La validez  queda plasmada en aquellos enunciados de tipo expresivo que tratan de las vivencias de los hombres y hacen referencia al mundo sujetivo. Reflejan el mundo interior y se basan en la sinceridad y la veracidad de la acción.
  • La rectitud afecta a aquellos enunciados que se adecuan a las normas y las reglas del mundo social.
La exigencia de la ciudadanía de conseguir mayor transparencia gubernamental, en realidad manifiesta el deseo de obtener mayores niveles de estos tres tipos de pretensiones de validez en las acciones comunicativas de la clase política. No sólo se desea comprobar la rectitud de la información y los datos que maneja el gobierno (adecuación a las normas), ni se aspira sólo a la verdad de sus enunciados (relación adecuada entre enunciados y hechos), sino que también se pretende constatar que son informaciones válidas y se sustentan en la sinceridad, incluso personal, de los representantes públicos. La aspiración real de la transparencia gubernamental es la sinceridad, la misma que se espera habitualmente en las relaciones cotidianas entre individuos. No es suficiente cumplir ciertas reglas de transparencia. Las relaciones entre representantes y representados son experiencias vitales y en la medida que no están basadas en la confianza y en la sinceridad, acaban convirtiéndose en fricción y desafección. En una sociedad abierta y democrática se requiere la existencia de una verdadera interacción cooperativa entre la administración, las instituciones y los ciudadanos. Hace muchos años Kant lo expresó de la siguiente forma: “Las acciones referidas al derecho de otros hombres, cuyas máximas no admiten publicidad, son injustas”.

________________
[1] Oliveda Prado, Mario, Hacia reales políticas anticorrupción; Revista Probidad, edición 24, septiembre 2003, 14/15, p. 1-15.
[2] Habermas, Jürgen. Conciencia moral y acción comunicativa. Ediciones Península, 1991.

Ilustración: papelidades.blogspot