25 de diciembre de 2012

Discursos sordos


La casualidad, o quizás no, ha querido que el discurso navideño del monarca y el discurso de toma de posesión del presidente de la Generalitat coincidieran en una Nochebuena en la que reina el pesimismo. Dos discursos para una navidad difícil que debieran, según el rey, simbolizar “el triunfo de la generosidad, la solidaridad y el compromiso” y que, en cambio, en nuestros oídos han sonado prácticamente irreconciliables.

En su discurso Artur Mas ha prometido la Constitución pero ha ocultado el retrato del monarca bajo un telón negro y ha celebrado la ceremonia en el salón donde la Generalitat administraba los impuestos que después le eran entregados “con pactos y a cambio de privilegios” al Rey.  ”No era una monarquía absoluta”, ha reclamado Mas. Crudeza de gestos y palabras.

El rey, por su parte, ha reconocido que vivimos uno de los momentos más difíciles de las últimas décadas, excluyéndose como parte del problema y de la solución, excluyéndose de la austeridad y de las renuncias, no sólo económicas, sino de soberanía y de privilegios. Dice que el primer estímulo que nos sacará de la crisis será la confianza en los hombres y mujeres de este país, pero nada dice de sí mismo. Nos recuerda que la política no vive hoy sus mejores horas en la percepción de los ciudadanos, y se excluye. Se lamenta del desapego que se está generando hacia las instituciones y la función política, y no se incluye.

La primera reacción ante estos discursos es pensar que lo que menos necesitamos son discursos sordos en estas navidades difíciles, discursos que deberían ser símbolo de responsabilidad y audacia política, y que en cambio sólo silencian el ruido de dos busques rumbo de colisión, como nos ha recordado Mas.

Después de treinta y siete años de reinado, olvidado el gesto que le valió prestigio y respeto durante el  malogrado intento de golpe de estado, ahora en uno de los peores momentos de nuestra historia reciente, serían necesarios gestos nuevos por parte del monarca que permitieran levantar el telón negro que tapa su rostro en una parte del Estado. Un grado superior de inteligencia  y de “política grande” exigiría algo más que malgastar la voz en frases bellas y atender, por contra,  uno de los graves peligros de la actualidad: el peligro de no adaptar las instituciones a los hechos y a los tiempos.

4 comentarios: