Una vez
más, sondeos y estadísticas dibujan la línea divisoria entre el bando de
la confianza y la desconfianza pública. Los ciudadanos desconfían del Gobierno, los políticos, los partidos y la banca por considerarlos máximos
responsable de la crisis económica y de su escasa de resolución. En cambio confían, en última instancia, en los colectivos que los acompañan en las protestas
y las movilizaciones, y que son capaces de enfrentarse al Gobierno para defenderlos: la justicia, jueces y fiscales, y los
grupos altruistas y protectores, científicos,
médicos y profesores.
El
mensaje de la evaluación ciudadana es claro: la política no está funcionando,
no hace lo suficiente, no responde a los problemas de los ciudadanos, no
corrige los abusos, no reclama responsabilidades, no evita el empobrecimiento de las
clases medias y bajas y no se impone a los
mercados. La política se olvida de su finalidad última, no inspira confianza y
no promueve una democracia real. Todos sabemos que ésta es una valoración admitida y extendida en los últimos años en la sociedades avanzas, especialmente en el sur de Europa.
Los
ciudadanos conocen bien las dificultades de la política y no piden aquello a lo que no pueden aspirar. Son razonables. Admiten que los políticos están bien informados, son inteligentes y están capacitados, pero consideran que esto no es suficiente para gobernar. Quieren algo más. Esperan de sus
representantes otras virtudes añadidas, por ejemplo, no ser egoístas, no orientarse por finalidades personales y/o partidistas, no
estar tan divididos, no ser codiciosos, no caer en la corrupción y no olvidar
el “bien común” en la toma de las decisiones públicas. Si no encuentran estas virtudes en la clase política, depositaran su confianza en los colectivos
que mejor las representen. No renunciaran a ellas, ni a la
aspiración de sentirse cómodamente representados.
Si en
los últimos años la clase política está considerada uno de los principales
problemas, después del paro y las dificultades económicas, es básicamente por
sus “defectos morales”. Los ciudadanos valoran especialmente la honestidad de
sus representantes, mucho más que su capacidad de gestión. Necesitan sentirse
representados por políticos capacitados y profesionales y, sobre todo,
honestos. Aquí no hay línea de separación.
Fuentes:
-¿"Democracia sigilosa" en España?, de Font Fábregas y otros.
-La justicia recupera prestigio, de Fernando Garea
-De laGran Recesión a la Gran Desfección, de
Joaquin Estefanía
dimitir no es un nombre ruso
ResponderEliminarhttp://www.elperiodico.com/es/noticias/jordi-evole/dimitir-nombre-ruso-2293237
Buen verbo!
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